Aplican restricciones
Luis Paulino Vargas Solís
Fuente: elpais.cr | 10/05/2011
Escribir sobre temas de diversidad sexual, es decir, sobre las situaciones de discriminación a que está sometidas las minorías distintas por razones de orientación sexual y/o identidad de género, ha sido para mí como una especie de laboratorio sociológico. El recuento de las reacciones que esos escritos han generado me ha permitido ir dando forma a algunas posibles hipótesis para tratar de entender y sintetizar el tipo de sentimientos y reacciones que estos temas generan. Conviene recordar que, en virtud de los medios donde se publican mis artículos, estas reacciones provienen básicamente de un público lector ubicado en lo que, de forma más bien imprecisa, uno identifica como el "arco progresista" del espectro político nacional (o sea, no provienen del pueblo-pueblo, generalmente menos politizado e informado).
Preliminarmente, me parece que es posible ordenar tales reacciones en tres categorías generales:
1. La negación: el problema no existe; la discriminación ya ha sido superada. Es obviamente un intento de ponerme el bozal, diciéndome: "deje de hablar paja alrededor de asuntos inexistentes" (literalmente ese tipo de frases me han sido expresadas).
2. El problema carece de importancia o, en todo caso, hay muchos otros asuntos de mucha mayor importancia. A veces esto se acompaña con una frase como "los sectores progresistas no pueden desgastarse en este tipo de asuntos, cuando otras cuestiones son mucho más relevantes" (lo de "progresistas" es sustituible por "patrióticos". El mensaje y la conclusión son iguales). Es otra modalidad de tapabocas, como diciéndome: "deje de hablar paja pretendiendo que nadie le preste atención a asunto tan nimio".
3. La reacción abiertamente homofóbica, que, con pocas variantes, repite los estribillos usuales en el discurso religioso conservador: "anti-natural"; "patológico"; "invertido"; "desviado"; "inmoral", etc. etc. Sin duda, la homofobia, cuando es desembozada, suscita tremenda creatividad y toda una riquísima gama de improperios.
Desde luego también aparecen (muy minoritarias) algunas expresiones de solidaridad, pero los contenidos y alcances de estas requerirían una consideración aparte.
Estas tres modalidades de reacción redundan en una conclusión: las minorías sexualmente diversas no ameritan atención alguna. En su versión más cruda, esa conclusión se amplía para considerar legitimas, y hasta deseables, las usuales formas de exclusión y hostilidad a que esas minorías están sometidas en nuestra sociedad.
Si la consigna zapatista de "un mundo donde todos y todas quepamos" resulta tan entrañable al progresismo nacional, en todo caso me parece que, por un asunto de elemental honestidad, deberían agregarle la coletilla: "aplican restricciones".
Puedo anticipar que los partidos que uno tiende a reconocer como progresistas reclamarán que este es un tema que sí está presente en sus agendas políticas. Y, sin embargo, es fácil demostrar que tan solo lo consideran en sus versiones más restrictivas y descafeinadas. Pero además es manifiesto que a ninguno de estos partidos le interesa promover el debate alrededor de esta problemática y que, en todo caso, su estrategia aquí atiende a un criterio muy claro: minimizar el desgaste político que esto podría acarrearles. En ese sentido, su adhesión al reconocimiento de los derechos de las personas sexualmente diversas es, en el mejor de los casos, simbólico y testimonial, lo cual, siendo tan poquito, es más de lo que la mayor parte del progresismo nacional (incluido el movimiento patriótico y sectores muy amplios de la izquierda) está dispuesto a asumir (claro que hay excepciones...de esas que confirman la regla).
¿Por qué las cosas son así en Costa Rica? Ello admite diversas explicaciones. Evidentemente esto hace manifiesto la persistencia de un sustrato homofóbico firmemente enraizado. A veces, como he indicado, este se expresa crudo y desembozado. Más usualmente lo hace a través de retorcimientos discursivos más o menos sutiles.
Correlativamente, los movimientos y organizaciones de la diversidad sexual permanecen débiles y mal articulados. También aquí emergen diversas explicaciones. Una de estas -quizá la principal- tiene que ver con la agudísima hostilidad que rodea la vida de las personas sexualmente diversas, y la interiorización de ese odio, el cual entonces deviene arma que estas personas disparan en contra de sí mismas. Opera socialmente un complejo sumamente agresivo de estigmas y descalificaciones, febrilmente promovido por la religiosidad conservadora y desafortunadamente alimentado por la anacrónica vigencia que conserva el discurso médico decimonónico que convertía en patología cualquier divergencia respecto de los patrones heterosexistas dominantes. Ese heterosexismo obligatorio -base de la familia tradicional- instaura todo el ritual de dominación machista que resulta fatalmente hostil respecto de la homosexualidad.
Por ello, la visibilización comporta costos muy altos para cualquier persona homosexual. Solamente cuando se está en una posición relativamente protegida -porque se tienen medios económicos o acaso una carrera profesional respetable- es factible afrontar tales costos. Pero eso no significa que estos desaparezcan. Incluso en ambientes académicos el precio resulta muy alto. Obviamente, el asunto es mucho más penoso para un peón gay o una obrera lesbiana.
Y, sin embargo, sin visibilización no hay movimiento social posible. Es una regla histórica, mil veces comprobada: los derechos se ganan peleándolos. No vienen de nacimiento, no caen del cielo y nadie los regala por mera cortesía. Pero emprender esa lucha resulta particularmente difícil para el colectivo de las personas sexualmente diversas. Porque si grande es la hostilidad social que se enfrenta, también son terribles esos fantasmas internos que se cargan como un fardo inoculado en lo más profundo del alma al cabo de una vida entera en que, desde la cuna, se aprendió que toda persona homosexual es, por el solo hecho de serlo, despreciable y abyecta.
Pero hay quienes seguimos en la pelea. El próximo 16 de mayo, por iniciativa del Movimiento Diversidad, algunas compañeras y algunos compañeros muy valientes lanzarán un desafío inédito en la historia de los movimientos de la diversidad sexual en Costa Rica. Será ocasión para que la religiosidad conservadora encienda todas sus hogueras inquisitoriales y seguramente la prensa comercial urdirá una carnicería.
Pero lo que realmente me interesa es ver cómo responderán el progresismo nacional y sus partidos.
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